viernes, 31 de agosto de 2018

Ese no es mi cuerpo

La última vez que se supo de ella fue el 29 de mayo de 1962. Había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa, en Floresta. Pero Norma Penjerek, de 16 años, nunca llegó, y su domicilio, en lugar del calor del hogar, se transformó en un misterio. Su desaparición causó gran conmoción en la sociedad, y los diarios de la época siguieron la investigación a diario. Casi 50 días después, el cadáver de una mujer apareció, semienterrado, en un campo de la localidad de Llavallol, en Lomas de Zamora. Después de cavilaciones y peritajes contradictorios, la Justicia dio por hecho que era el de la menor. Hubo varios acusados, pero ningún condenado. El caso quedó impune. El misterio sigue.
Norma, que cursaba el 5º año en el Liceo de Señoritas Nº 12, era hija única. Su padre, Enrique Penjerek, era empleado municipal, y su madre, Clara Breitman, enfermera. La familia vivía en Juan Bautista Alberdi al 3200.
La casa de Perla Stazauer de Priellitansky, la profesora de inglés, estaba en Boyacá al 400, en Flores, a una veintena de cuadras de donde vivía la familia Penjerek. Esa tarde, la clase duró 35 minutos: desde las 19.10 hasta las 19.45.
A las 21, preocupada porque su hija no había vuelto, Breitman comenzó a llamar a las amigas y compañeras de Norma. Recibió siempre la misma respuesta: "No, señora. No sé nada de ella...".
A la medianoche, Enrique Penjerek denunció en la comisaría 40» la desaparición de su hija. Les describió cómo iba vestida Norma cuando fue a su clase con la profesora Perla: pollera gris tableada, medias blancas y un blazer azul.
Con el paso de las horas se descartó que la chica hubiera sufrido un accidente. No había nadie con sus características físicas internado en ningún hospital.
"Extraña desaparición de una jovencita", titularon los diarios. Pasados diez días sin novedades, los padres de la menor publicaron una solicitada con una foto de Norma y la frase "se busca". Lejos de ayudar, ese gesto empeoró la situación: la familia de la chica recibió numerosas pistas falsas y fue víctima de extorsiones.
Un cuerpo y más dudas
Pedro Vecchio, uno de los sospechosos, acompañado por policías Fuente: Archivo
La angustia y la desesperación iban en aumento. Hasta que, pasados 50 días de la desaparición, apareció el cadáver de una mujer en un terreno de Llavallol. El hallazgo se produjo cuando un perro se puso a olfatear en el pasto.
Según escribió el periodista Ricardo Canaletti en el libro Crímenes sorprendentes de la historia argentina I, el cuerpo fue hallado en el campo La Laguna, del Instituto Fitotécnico Santa Catalina, que dependía de la Universidad Nacional de La Plata.
Este lugar marca una parábola que une aquellos días y el presente, en el que los femicidios, a fuerza de repetición, se convirtieron en un flagelo y, por fin, comenzaron a ocupar un lugar relevante en la agenda de las políticas públicas. Ese mismo sitio es, ahora, la reserva natural Santa Catalina, donde el 4 de agosto pasado apareció asesinada Anahí Benítez, que, como Norma, tenía 16 años y había desaparecido el 29 de julio.
"Apenas diez centímetros de tierra cubrían el cadáver. Conservaba jirones de una enagua celeste, un suéter beige y dos pañuelos, uno de gasa alrededor del cuello y otro utilizado como mordaza", detalló Canaletti en su artículo sobre Penjerek. La investigación tras el hallazgo del cuerpo, en aquel invierno de 1962, quedó a cargo del juez en lo penal de La Plata Alberto Garganta.
"El periodismo estaba ansioso por que yo imputara a alguien", recordó a LA NACION Garganta, 56 años después de los hechos. Cuando se hizo cargo de la investigación tenía 32 años; hoy tiene 88. "Todo el mundo hablaba del caso y había mucha ?manija'", sostuvo.
Autopsia
Laura Mussio de Villano, dueña de una boutique situada a pocos metros de la zapatería de Vecchio, también señalada en la investigación Fuente: Archivo
El primer médico que revisó el cuerpo afirmó que la víctima había sido estrangulada con un alambre. Según la autopsia, que se hizo en el Hospital Gandulfo, de Lomas de Zamora, el cadáver correspondía a una mujer de entre 25 y 30 años con una altura de 1,65 metros y 60 kilos. La data de muerte fue situada diez días antes del hallazgo; es decir, el 6 de julio.
Norma medía diez centímetros menos y no entraba en el rango de edad que sugería la autopsia. Pero después se realizó una serie de análisis que -según afirma hoy Garganta- despejaron toda duda de que el cuerpo era el de Norma.
Según escribió Canaletti en su libro, el subcomisario Enrique Ducci, especialista en dactilocospía, analizó el dedo anular derecho y encontró 18 puntos de coincidencia con la ficha de identidad de la chica. También hubo un peritaje odontológico en el que participó el dentista que atendía a Norma, quien reconoció las piezas dentales.
Una segunda autopsia determinó que la herida mortal había sido producida con una sevillana y que el cuerpo no era el de una mujer de entre 25 y 30 años, sino el de una adolescente. "Y la propia familia reconoció que el pulóver que llevaba, que era de una tela muy de moda en ese entonces, era de la chica", recuerda Garganta.
Además, una prima de la adolescente reconoció el pañuelo que llevaba en el cuello como un regalo que ella le había hecho. Finalmente, los padres de Norma reconocieron el cuerpo. Con dolor, lo enterraron en el Cementerio Israelita de La Tablada.
Hubo un dato que la segunda autopsia no modificó: la data de muerte seguía siendo el 6 de julio, con un margen de error de 48 horas. Entonces ¿dónde estuvo la chica en ese largo mes que transcurrió hasta que se halló su cadáver? Es un misterio que el próximo 29 de mayo cumplirá 56 años.
La investigación tuvo un giro inesperado un año después, cuando una mujer declaró ante el juez Garganta y culpó del homicidio a un comerciante y concejal de Florencio Varela, Pedro Vecchio. Hubo otros cuatro acusados.
Según el escritor Álvaro Abós, la investigación pasó por las manos de ocho jueces hasta que, el 5 de abril de 1965, la Cámara del Crimen de la Capital Federal decretó el sobreseimiento de Vecchio y de los otros acusados. No habían podido probar ninguna de las acusaciones en su contra. El caso comenzó a enfriarse.
Vecchio nunca quiso hablar del caso que lo puso tras las rejas. Salió de prisión y durante muchos años estuvo al frente de su zapatería. Murió en 2012, a los 92 años.
En 2012, a 50 años de la desaparición, el periodista de Clarín Héctor Gambini le hizo un reportaje a un primo de la víctima. Cacho Penjerek, como se lo presentó, dijo: "Todavía hoy creo que aquel cadáver no era el de Norma. Estoy seguro de que no era ella".
El caso no estuvo exento de versiones disímiles. Una teoría nunca confirmada sostenía que el padre de Norma habría sido uno de los informantes que aportaron datos para que Israel ubicara en la Argentina al nazi Adolf Eichmann, que vivía en San Fernando y trabajaba como operario fabril. El 20 de mayo de 1960 ocho agentes del servicio secreto judío, el Mossad, concretaron la Operación Garibaldi y lo secuestraron cuando bajó de un colectivo. Subrepticiamente lo sacaron de la Argentina y lo llevaron a Israel, donde el teniente coronel de las SS que comandó la cruel "solución final" fue condenado a muerte por su responsabilidad en el Holocausto. Esta hipótesis sostenía que el crimen de Norma había sido una venganza.
"Uno de los abogados de la familia fue quien me comentó lo de Eichmann", recordó Garganta a LA NACION. "Cuando me dijo eso yo le dije que él le preguntara al padre de Norma por ese rumor, porque si lo hacía yo iban a decir que estaba desviando la investigación. Pero él nunca se lo preguntó o nunca me volvió a hablar de esa teoría a mí. Así, el rumor quedó solo en eso, un rumor", agregó.
En la entrevista con Gambini, Cacho Penjerek agregó otra hipótesis: en 2005, un primo que vive en Israel lo visitó en su casa. "Hablamos de la vida y él me dijo que había tenido que separarse de su primera mujer porque la familia le había encargado cuidar de una chica de 17 años que había tenido un problema en la Argentina y se había ido a un kibutz en Haifa. Le pidieron que por favor se hiciera cargo porque ella no conocía a nadie en Israel", dijo.
Otro rumor indicaba que Norma a veces se quedaba a dormir en lo de su profesora de inglés. "Pero los padres de la chica decían que nunca había dormido fuera de su casa. Y los vecinos de la profesora dijeron que nunca la habían visto quedarse por las tardes o en la noche. Se dijeron muchas cosas, todas contradictorias", dijo Garganta.
Enrique y Clara, los padres de Norma, murieron sin poder descubrir la verdad sobre la misteriosa desaparición y muerte de su hija. El caso pasó al archivo policial como otro crimen argentino sin resolver.


Fuente: La Nación 

viernes, 10 de agosto de 2018

El asesino de San Andrés de Giles

Los vecinos estaban preocupados porque hacía varios días que no sabían nada de la dueña de la casa, sólo veían al sobrino que entraba y salía como si nada hubiese ocurrido. El hombre, primero, les contó que la mujer estaba muy enferma y, como había empeorado su estado de salud, la había tenido que llevar a un hospital de Buenos Aires.

Después les contaría que su tía había fallecido, que el cáncer le había ganado la batalla. Los vecinos sospechaban que algo extraño había ocurrido en esa casa de la calle Cámpora 1.768 de la ciudad bonaerense de San Andrés de Giles, a 100 km de la capital federal.

Corría el año 1995 cuando la policía, luego de demorar preventivamente al sobrino, ingresó en esa vivienda porque alguien había llamado para contar que percibían olores nauseabundos.

Alcira Iribarren, de 63 años, efectivamente había fallecido. Pero no era una muerte causada por una enfermedad, sino que había recibido dos golpes mortales con un hacha en el cráneo. Los agentes de la comisaría de Giles llegaron cuando todo estaba preparado para que los restos fuesen enterrados en los fondos de la casa.

La conmoción fue inmediata. El sobrino, Luis Fernando Iribarren, era el autor de aquel horrendo homicidio. El motivo lo confesó ante el comisario del pueblo: estaba muy enferma, no soportaba verla sufrir, por eso decidió ponerle fin al dolor. Al menos, eso fue lo que contó. Y además, ante el juez, dijo: "quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla pero como no pude busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza".

Luis Fernando dijo que quería mucho a su tía abuela, y que se había convertido en su sostén cuando ella había enviudado. Él desde chico se quedaba en esa casa, lo hacía para ir al colegio porque sus padres y hermanos vivían en un campo, en la zona rural de Giles, en un paraje conocido como Tuyutí.

Luis para entonces tenía poco más de 30 años. Pero había algo que no le cerraba a los investigadores: ¿dónde estaban sus padres y sus dos hermanos? Primero, él contó que se habían ido a vivir a Paraguay porque tenían una deuda con un prestamista. Fue lo mismo que había repetido durante mucho tiempo, cuando en el pueblo le preguntaban por su familia. Pero después, tras varios titubeos, decidió contarle la verdad al juez de Mercedes Eduardo Costía. Los había matado a todos en 1986 porque "les tenía bronca".

El relato de Iribarren fue escalofriante. Recordó que fue en una noche lluviosa, que se había peleado con su padre. "Salí a la puerta a fumar y pensar como hasta las tres de la madrugada", confesó. En ese momento ingresó de nuevo a la casa rural, donde fue directo a buscar una carabina calibre 22 que utilizaban para cazar vizcachas. "Maldito el momento en el que entré y vi esa carabina", le diría al juez nueve años después.

Primero fue a la habitación donde descansaban Luis Juan Iribarren (49), Marta Langebbein (42) y María Cecilia (9). Los mató a tiros y golpes. Salió nuevamente al patio, donde fumó otro cigarrillo y pensó. Ya había parado de llover cuando regresó a la casa y entró en el otro cuarto, en el que dormía su hermano Marcelo (15), a quien mató de dos disparos. "Como quedó con los ojos abiertos, me senté en la cama, le cerré los ojos y le dije: Negro, ¿por qué te hice esto si yo te quería?", declaró en la indagatoria que prestó ante el juez de instrucción.

La noticia recorrió rápidamente el país. Todos hablaban de "El carnicero de San Andrés de Giles". Iribarren, incluso, habría intentado "jugar" con los sabuesos policiales. Primero les dijo que los cadáveres los había arrojado en un lugar, después en otro, hasta que finalmente les indicó un sector a metros del chiquero, el corral para los chanchos. En una fosa común había enterrado los restos de toda su familia. 

Un equipo de antropólogos forenses tuvo que trabajar varios días en ese sector de la finca.

En el año 2002, luego de varios años de un proceso que incluyó estudios psiquiátricos para determinar si era imputable, Iribarren comenzó a ser juzgado en Mercedes por la Sala III de la Cámara de Apelaciones. En esa oportunidad, optó por no declarar: sólo tomó apuntes y le hizo algunas preguntas a un par de testigos.

Ocho de los diez profesionales psiquiatras y psicólogos que declararon en el juicio arribaron a la conclusión de que Iribarren era consciente de lo que hacía. Es más, concluyeron que el asesino pudo haber planeado cada una de las muertes.

Los jueces Mario Alberto Bruno, Francisco Lilo y Héctor Barreneche lo encontraron culpable y lo condenaron a "reclusión perpetua más accesoria por tiempo indeterminado". Iribarren, considerado uno de los asesinos más despiadados de la historia penal argentina, fue alojado en un complejo carcelario de la Provincia de Buenos Aires.

En el expediente por el quíntuple asesinato de San Andrés de Giles declararon varios psicólogos y psiquiatras que definieron la personalidad de Luis Fernando Iribarren.

Una psicóloga describió al acusado de la siguiente manera: "tiene una personalidad narcisista, con defensas psicopáticas. Se maneja con frialdad, tiene un discurso coherente, una inteligencia brillante y posee un claro manejo de la realidad".

Además, la profesional destacó, tal como figura en el expediente, "es imposible que hubiera sufrido una crisis psicótica cuando ocurrieron los hechos". 

Iribarren fue declarado imputable por los jueces, quienes finalmente lo condenaron a la pena de "reclusión perpetua más accesoria por tiempo indeterminado", la más grave que estipula el Código Penal Argentino.

lunes, 23 de julio de 2018

Buenos Aires Negra

Tengo el agrado de informarles que he sido convocado y estaré dando una charla en el marco del BAN - Buenos Aires Negra, Festival internacional de literatura policial, que se realizara en Buenos Aires los días 24 al 27 de octubre en el Centro Cultural San Martín.
Es un honor para mi... Gracias a todos los que diariamente me acompañan leyendo Archivos Policiales.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Una última vuelta en calesita


Corría el año 2002, Magdalena Edith Torres tenía 22 años y un montón de sueños por cumplir, ese día se sentía nerviosa y feliz a la vez. La reunión familiar que se iba a dar en su casa se prestaba para que ella presentara a su novio Nahuel, a sus padres y hermanos en su casa del barrio platense de Altos de San Lorenzo. Todos se mostraban felices, salvo un primo que estuvo toda la noche muy serio y callado. Su nombre era Miguel Torres Alonso, de 21 años.
Miguel llevaba dos años viviendo con sus tíos. Había llegado a La Plata de su Santiago del Estero natal con la idea de estudiar y trabajar. Eso, al menos, fue lo que dijo. Aunque después, en medio del juicio oral, contaría que en rigor se había enamorado de su prima Magdalena y soñaba formar una familia con ella. Cabe destacar en este punto que ellos ya habían mantenido una relación, que siempre fue un secreto de adolescentes. Los padres y hermanos no lo sabían y para Magdalena era historia pasada, una travesura que recordaba con alguna simpatía.
El sábado 19 de enero. Magdalena se levantó a las 8.30 y salió de su casa. Le dijo a la mamá, Ramona, que quería comprarse un jean para estrenar esa noche en una salida con Nahuel. La madre le dio un billete de cien pesos y le dijo que cuando ella regresara de trabajar, iban a almorzar juntas.
Miguel, esa mañana, se levantó muy temprano, como siempre. A las 6 partió en bicicleta al Paseo del Bosque, donde cuidaba los botes del lago y la calesita El Duende Poppy que estaba justo atrás del estadio de Estudiantes.
En el camino se acordó cuando con Magdalena iban juntos en bicicleta a la Escuela Media  N° 3, donde cursaban el secundario nocturno. También recordó las veces que se habían jurado amor eterno y, ahora, todo era distinto. Ella tenía novio y no quería saber nada con él, aunque él insistía en seguir con aquella relación que lo había marcado a fuego para siempre.
El sábado 19 de enero. Magdalena se levantó a las 8.30 y salió de su casa. Le dijo a la mamá, Ramona, que quería comprarse un jean para estrenar esa noche en una salida con Nahuel. La madre le dio un billete de cien pesos y le dijo que cuando ella regresara de trabajar, iban a almorzar juntas.
Miguel, esa mañana, se levantó muy temprano, como siempre. A las 6 partió en bicicleta al Paseo del Bosque, donde cuidaba los botes del lago y la calesita El Duende Poppy que estaba justo atrás del estadio de Estudiantes.
En el camino se acordó cuando con Magdalena iban juntos en bicicleta a la Escuela Media  N° 3, donde cursaban el secundario nocturno. También recordó las veces que se habían jurado amor eterno y, ahora, todo era distinto. Ella tenía novio y no quería saber nada con él, aunque él insistía en seguir con aquella relación que lo había marcado a fuego para siempre.
Miguel llevó a Magdalena a la calesita. Abrió la puerta donde está el motor del carrusel y entró. En el centro de la calesita se forma una especie de habitáculo, de menos de dos metros de diámetro, que es usado para guardar herramientas. La joven también ingresó, o bien fue obligada a entrar.
El joven, en el juicio oral, confesó que ella le dijo que no quería seguir más, y que incluso lo insultó. Miguel sólo dijo recordar el momento en el que tomó un hierro y le aplicó varios golpes en la cabeza.
Antes de terminar con la macabra faena, robó los cien pesos que la chica llevaba en un bolsillo para comprarse el jean. Usaría esa plata para comprar el pasaje del colectivo.
Ramona, la mamá, tenía un mal presentimiento. Su hija jamás se iba tanto tiempo sin avisar. Y más se asustó cuando, sorpresivamente, apareció Miguel y le dijo: "Tía me voy a Santiago del Estero". Ese sábado y el domingo siguiente, el muchacho llamaría en varias oportunidades a su tía para preguntar si sabían algo de Magdalena. Para entonces, los padres ya habían radicado una denuncia por averiguación de paradero en la comisaría 5ª de La Plata.
Pero había otra persona sorprendida. Era el dueño de la concesión de la calesita, quien para entonces se encontraba en la costa bonaerense, donde administraba un pequeño parque de juegos.
Miguel, que había sido tan buen empleado, le había avisado repentinamente que se marchaba. El comerciante regresaría a La Plata recién a fin de mes, diez días después de la desaparición de Magdalena.
El dueño de la calesita fue quien abrió el habitáculo del motor y se sorprendió al ver tierra removida y unas frazadas con manchas que parecían de sangre. Pero lo que más lo preocupaba era el olor nauseabundo que salía del lugar. Con otro empleado, tomó una pala y movió la tierra. En la segunda palada, vio los dedos de una mano. 
En el juicio, el Tribunal Oral Nº 1 de La Plata, integrado por los jueces Guillermo Labombarda, Samuel Saraví Paz y Patricia de la Serna, entendió que Miguel había cometido un homicidio calificado por alevosía, y lo condenó a prisión perpetua, quizás su última vuelta en calesita.


Magdalena apareció, como lo había hecho otras veces, en el Paseo del Bosque. Pero esta vez no era para visitar a su primo-novio, sino para decirle basta, que todo había terminado, la dulce y tierna historia de aquel amor ya no era más que eso, una simple historia pasada.

Un testigo, que estaba en los botes de alquiler, le contaría luego al fiscal que vio a la pareja caminando en la orilla del lago.

De todas maneras, él ya lo tenía planeado: según los peritajes que se hicieron, cuando la chica entró al habitáculo, el muchacho ya había cavado una fosa profunda en ese lugar cerrado. "Si no era mía, no era de nadie", comentaría tiempo después.

Miguel, luego de desmayar a Magdalena con los golpes, tomó una cuchilla y le cortó el cuello cuando aún estaba con vida. Le seccionó la cabeza, los brazos y las piernas y después arrojó los restos en la fosa, la que tapó prolijamente con tierra.

El ensañamiento: fue descuartizada en vida.

El informe de la autopsia reveló que Magdalena Torres fue descuartizada en vida, lo que demostraría el ensañamiento del homicida.

La fiscalía dio por acreditado que Torres Alonso golpeó a su prima, y cuando la tuvo desmayada, le seccionó el cuerpo y lo ocultó debajo de la calesita.

Los investigadores también tuvieron en cuenta que el imputado sería un experto despostador de chivos y ovejas.

El joven conocería muy bien estas tareas de campo ya que las realizaba en Santiago del Estero, su provincia natal.

Se sospecha que el acusado trasladó la técnica usada con los animales al cuerpo de su prima.

Al parecer, en el campo primero se secciona la cabeza del animal, se coloca en la tierra para que desangre, luego se cortan las patas y finalmente el resto del cuerpo.

La misma metodología habría sido aplicada al aberrante crimen. El cuerpo de Magdalena fue enterrado en un pozo que el asesino cavó en el interior de la calesita. Primero fue depositada la cabeza. Lo último fueron los brazos y las piernas.

Asimismo, la alevosía en el homicidio estaría dada por los tres mazazos en la cabeza que fueron aplicados a la víctima y en particular, la tarea de descuartizamiento realizada cuando la chica todavía respiraba.

Casi tres años después del brutal asesinato, Torres Alonso se cruzó cara a cara con los padres de Magdalena. Frente a sus tíos, contó cómo se había iniciado esa relación que terminó en muerte y horror.


miércoles, 24 de agosto de 2016

Las empanadas del griego

El caso del griego que asesinó y trozó a su cuñado apareció en primera plana de los diarios de enero de 1963. Ocurrió en La Plata y conmocionó a todo el país. Muchos recuerdan que el entonces dueño del bar “El Partenón” hizo empanadas con la carne del cadáver. Y las puso supuestamente a la venta.
A principios de los años ‘60 era impensado un crimen semejante. Se vivía en una sociedad que no padecía la violencia inusitada desde los medios, donde las películas más exitosas del momento eran las de Mirtha Legrand, que lo más que hacían eran darse besos en la mejilla. Además en La Plata, la gente vivía tranquila: Era la época en que se dejaba la puerta sin llave y no había tantos robos y homicidios. El caso que se dio en llamar “descuartizamiento del griego Harjalich” impactó de sobremanera.

Nadie se podía imaginar un acto con semejante despliegue de violencia. Las crónicas de la época señalan que las primeras noticias que se tuvieron fueron por boca de Juan Giorgia, griego, de 69 años, soltero, con domicilio sobre la avenida Colón, que une La Plata con Ensenada, a la altura de la columna 48. El griego Juan Giorgia se presentó el 18 de enero de 1963 ante las autoridades de la subcomisaria El Dique, para denunciar que su compadre Juan Harjalich, había aparecido en dos oportunidades por su casa llevando en una valija restos humanos. Al ampliar la exposición, Giorgia expresó que “el jueves alrededor de las 16 recibió la visita de su compadre Juan Harjalich -de su misma nacionalidad y de 40 años-, afincado en la calle 1 nro. 710, quien llevaba una valija, un bolsón y un colchón pidiéndole que le guardara todo eso por unos días, hasta que pasaría a retirarlos”. Harjalich recién volvería a la casa de Giorgia momentos antes de la medianoche del mismo día. Fue entonces cuando su compadre hizo una espeluznante revelación: le dijo que en la valija se hallaban los restos de su cuñado Andrés Suculea de 32 años, a los que iba a incinerar.

Sin reponerse del shock emocional que le provocó la confesión de Harjalich, Giorgia se negó rotundamente a convertirse en un cómplice. Su compadre lo amenazó de muerte con un revólver para obtener su silencio al mismo tiempo que le exigió colaboración para hacer desaparecer el cadáver. La discusión duró algunos minutos, hasta que Harjalich comprendió que lo mejor era tomar las valijas y marcharse. Y así lo hizo, hasta perderse en la oscuridad de la noche. A las pocas horas, reapareció en su casa y le pidió a Giorgia que silenciara todo lo que conocía. Y para darle seguridad, le dijo que había hecho “todo a la perfección” y le aconsejó que se fuera a descansar.
Harjalich prendió un fuego fuera de la vivienda. Explicó que era “para quemar las ropas ensangrentadas”. Luego se retiró utilizando uno de los micros de la línea 273. El viernes por la mañana cerca de las 10, siguió diciendo Giorgia en su declaración en sede policial, volvió su compadre trayendo algunas prendas de vestir con el fin de obsequiárselas, guardando él por su parte, un marcado silencio al interpretar que las ropas podrían haber pertenecido al muerto.
Asimismo, Harjalich llevó carnes y otros alimentos, que luego de cocinarlos ingirió dando muestras de singular apetito. En cambio, y pese a la invitación de su visitante para que compartiera la comida, el dueño de casa, se abstuvo de hacerlo. Finalmente Harjalich se retiró anunciándole que volvería a la noche.

Giorgia resolvió concurrir a la dependencia policial más próxima y denunciar el espeluznante caso. Eran alrededor de las 14 del 18 de enero de 1963. Mientras una comisión se dirigió al centro, donde se hizo efectiva la captura del acusado, en su local, de la calle 1 nº 710, otra concurrió a la vivienda de Giorgia donde se secuestró el colchón ensangrentado, varias prendas y trozos de cuerdas.

La descripción de Giorgia del lugar adónde se dirigió Harjalich con la valija la primera noche que apareció por su domicilio camino a Punta Lara, orientó a los efectivos policiales en la búsqueda de los restos óseos del cuñado. Efectuaron una minuciosa inspección de la zona, internándose varios de ellos en un terreno situado frente a la finca de Giorgia, en ese momento inundado y cubierto de paja brava y otras malezas, de donde extrajeron restos humanos diseminados por distintos sitios. Los efectivos debieron realizar otro rastreo en la desembocadura de la cloaca maestra de la ciudad, a la altura de la prolongación de la calle 66, sobra la zona del río. En este lugar, Harjalich admitió haber arrojado las partes blandas del cuerpo de su cuñado, como así también las manos pertenecientes al muerto. De acuerdo a su declaración, de que Suculea se había suicidado, era primordial para los investigadores el hallazgo de los huesos del cráneo pero también, al faltar las manos y aunque las encontraran seguramente no tendrían las huellas debido a que fueron descarnadas, la identificación era una de las tareas más difíciles. El hallazgo de la parte izquierda del maxilar superior, por haberse obtenido el valioso dato de que en esta región de su dentadura Suculea se había hecho practicar el tallado de un canino para la colocación de una prótesis, fue fundamental para comprobar la identidad.
Lo que nunca se halló fue la parte superior del cráneo, lo que hubiese sido clave para determinar las causales de la muerte. Es que Harjalich, al ser detenido, dijo que su cuñado se había suicidado. Que se había matado de un tiro cerca de las 8.30 de la mañana en la que su mujer y su sobrina se habían ido a visitar a unos amigos. Que él, al no saber qué hacer, había decidido ocultar el cuerpo, pero no lo había matado.

No le creyeron, porque en la casa encontraron un revólver calibre 38, que el griego dijo desconocer, pero que tenía estampado el sello de la Policía Bonaerense y que, tras una breve investigación, dieron con quien había sido el dueño: un agente que confesó que se la había vendido a Harjalich.

El juez Rodríguez Lagares no le creyó nada al griego. Y lo mandó a la cárcel de Olmos, donde moriría un par de años después. Lo que sí encontraron en la casa del crimen fue un cuaderno, donde la víctima escribía sus sentimientos. En ese libro, aparecía una mención al griego: "Temo que pierda la tranquilidad en mi casa. Mi cuñado, el miserable inmundo, pretende hacer de las suyas". Pero también había otra frase, escrita dos días antes de la muerte, que decía lo siguiente: "cuando pienso que estuvo la felicidad en mis manos, me dan ganas de morir" ¿homicidio o suicidio? Nunca se sabrá.


La versión de Harjalich

El miércoles 16 de enero de 1963, aproximadamente a las 8.30, Harjalich dijo haber escuchado un disparo de arma de fuego proveniente de la habitación que ocupaba su cuñado. De inmediato -expresó- fue al lugar y observó que Andrés Suculea se hallaba muerto. A partir de ese instante, y en ausencia de su esposa y su sobrina, el dueño de casa concibió la idea de hacer desaparecer el cadáver de su cuñado. El griego concurrió a almorzar a la casa donde estaban su esposa de visita y sobrina, “sin dejar traslucir en su ánimo, actitudes ni palabras, la suerte corrida por Suculea”. Al término de la comida, retornó a su domicilio de la calle 1 y 46, donde durante varias horas se dedicó a la macabra tarea de descuartizar el cuerpo de su cuñado, antes de lo cual le sacó, mediante un cuchillo, las partes blandas del cuerpo. Luego colocó los restos óseos en una valija y efectuó una limpieza a fondo y al día siguiente se dirigió hasta la vivienda de su compadre Juan Giorgia.
La hipótesis fue poco consistente. Nadie escuchó el disparo del revólver con que la víctima habría puesto fin a su existencia. Harjalich fue quien limpió el arma supuestamente empleada por su cuñado y le cambió las cápsulas, y fue él quien hizo desaparecer el trozo de cráneo en que el balazo debió producir un orificio

La esquina del horror

Todavía muchos platenses recuerdan aquella esquina donde hace 41 años “El Griego” Harjalich servía a los parroquianos un par de ginebras “Cubana” o “W” -bebida espirituosa-, pero más se tiene en la memoria que una vez se dijo que las empanadas humeantes sobre el mostrador del bar “El Partenón” estaban hechas con las carne del cuñado muerto. Empanadas se vendieron siempre, pero algún miembro de la colectividad helénica que aún recuerda el hecho y lo repudia, afirmó oportunamente que descreía de cómo lo contaron los diarios a los que acusó de “agrandar todo” porque “no fue tan así”. Los diarios locales en sus primeras planas anunciaron el sangriento episodio con un título que ocupó todo el ancho de la sábana. Algunos que todavía piensan que Elefteria -la esposa de Harjalich-, debió haber estado presente en la casa el día que murió Andrés, su hermano, también siguen arriesgando que “seguramente hubo una pelea” y que “resultó muerto por su marido”. Fueron muchas las versiones que se tejieron en torno a este misterioso caso. Hasta se llegó a decir que el homicida improvisó un puesto nada menos que frente a la estación de trenes, donde puso a la venta y agotó las empanadas de carne humana.

Una macabra coincidencia

“Horripilante crimen: un hombre dio muerte a su cuñado, descarnó y descuartizó el cadáver” fue uno de los titulares que ocupó nueve columnas de la página sábana de El Argentino de aquel momento en nuestra ciudad. Desde el 19 hasta el 29 de enero cuando anunciaron el traslado del detenido a Olmos donde murió dos años después, la prensa local siguió paso a paso cada detalle de la investigación del hecho. Pero en la misma página, ajeno al drama que conmovió a La Plata un odontólogo anunciaba sus honorarios de atención en la Guía de Profesionales. Era Ricardo Barreda.


El aviso en el diario El Argentino
                                                       
Fuente: Diario Hoy (La Plata)







jueves, 18 de agosto de 2016

Yo canibal (el Hannibal de Daireaux)


Un frío domingo más en la tranquila ciudad bonaerense de Daireaux. Corría el 29 de junio de 2008, en Viena, Austria, se disputaba la final de la Eurocopa que España le ganaría a Alemania, el Vaticano celebra el día de San Pedro y San Pablo. Un frío domingo de invierno que no pasaría desapercibido en la mencionada localidad de la provincia de Buenos Aires.
A poco más de 400 km de la Capital Federal, la ciudad de Daireaux sería testigo de uno de los crímenes más espeluznantes de la rica historia policial argentina, esa historia que no deja de sorprendernos.
En esta tranquila ciudad vivía Raúl Piñel, un trabajador del campo de 57 años. Raúl era un hombre solitario, sólo lo frecuentaban algunos vecinos. Su mujer y sus cinco hijos lo habían abandonado cansados de los maltratos y golpizas según las crónicas del momento.
Uno de sus hijos, llamado Raúl Ernesto Piñel Donato, sería protagonista principal en la vida de su padre poniendo fin a su vida. Hasta aquí estaríamos hablando de un parricidio más en la historia de no ser por lo macabros detalles que adornan esta crónica.
Raúl Piñel hijo nació el 13 de julio de 1975, en aquel momento (junio de 2008) purgaba en el penal de Urdampilleta una condena por robo calificado hasta que fue beneficiado con algunas salidas transitorias.
El viernes 27 de junio, Raúl Piñel hijo salió del penal y se dirigió a la casa de su padre, con quien aparentemente volvía a tener relación, pero esta visita no sería de las más amistosas. El domingo 29 un vecino pasó a saludar a don Piñel como la hacía habitualmente, el que abrió la puerta fue su hijo.
El vecino no pudo disimular el estupor y el horror en su rostro cuando entre la puerta y Raúl hijo pudo ver muchísimas manchas de sangre en las paredes y en el piso. Urgente se dirigió a la comisaría local y dio aviso a las autoridades.
Una brigada se apersonó en el domicilio de Piñel en la calle Antártida Argentina entre Moreno y Saavedra, lo que encontraron es digno de una película de terror gore.
Los efectivos golpearon la puerta, Piñel les abrió y sus manos ensangrentadas lo delataron, los dejo pasar sin decir nada, había sangre en el piso y las paredes, cuando llegaron a la cocina algunos de los policías tuvieron que salir a vomitar, en el piso habían encontrado desparramados restos de algunas vísceras, un pedazo de columna vertebral y los demás restos se estaban calcinando en una salamandra que había en la vivienda.
Los policías le preguntaron a Raúl donde estaba su padre, él, entre risas contesto “ahora lo tengo bien adentro”.
Recién entendieron la desafortunada frase de Piñel cuando vieron el macabro contenido que había dentro de una olla, en ese momento se dieron cuenta que enfrente tenían a un caníbal.
Las crónicas de aquella época daban cuenta de que el “Hannibal de Daireaux”, como la prensa lo había bautizado, había cocinado el corazón y los riñones de su padre en una espesa salsa compuesta de aceite, vinagre, cebollas y ajo, para luego almorzar las vísceras de su progenitor con una trozo de pan, que había quedado tirado al lado de la olla.
Los efectivos que arrestaron a Piñel dicen que cuando salía esposado del domicilio donde ocurrió la masacre, el asesino repetía una y otra vez “me las pagaste todas juntas” con una terrible carga de odio y resentimiento en sus dichos.
Los pocos restos que quedaron del cadáver no sirvieron para poder realizar una autopsia. La policía científica si pudo corroborar que los restos que se encontraban en la cacerola eran un corazón y riñones humanos, los cuales no estaban completos, por lo que se da por hecho que parte fue ingerida por el asesino.
Las investigaciones en primera instancia giraron alrededor de la hipótesis de un crimen ritual vinculado a alguna secta, lo cual fue descartado al no poder probarse.
Piñel confesó haber asesinado a su padre el sábado por la noche luego de una discusión que ambos tuvieron. La policía secuestro un cuchillo tramontina en la escena del crimen con el que se cree se cometió el asesinato. También fue secuestrada una pala ensangrentada la cual pudo haberse utilizado para mutilar las partes del cadáver que luego fueron quemadas en la salamandra.
La única hipótesis firme sobre el móvil del crimen es el odio radicado en el violente pasado de Raúl Piñel padre para con su hijo.
Piñel fue declarado inimputable luego de haber sido sometido a pericias psiquiátricas y psicológicas que derivaron en que el susodicho es un enfermo mental, un psicótico que no comprendió la criminalidad de sus actos. 
Dichas pericias también arrojaron que Piñel era peligroso para sí y para terceros por lo que se decidió alojarlo en el neuropsiquiátrico que funciona en la Unidad 34 del Servicio Penitenciario Bonaerense, en la cárcel de Melchor Romero, en el partido de La Plata.
Según el expediente, al que Archivos Policiales pudo acceder, Piñel fue sobreseído definitivamente en la causa el 11 de febrero de 2011 y está bajo la tutela de un Juzgado de Ejecución Penal de la localidad de Trenque Lauquen.

Allí en la unidad 34 pasa sus días quien fuera apodado el “Hannibal de Daireaux”, sin que nadie lo visite, sin esperar nada de nadie, solo esperando la muerte, la única que puede indultar el alma de un caníbal que un día asesino y se comió a su padre.


jueves, 13 de noviembre de 2014

Archivos policiales, el libro...

Recuerdo que está disponible gratis para iBooks para iPad y Mac OS X, el libro de Archivos policiales con algunos de los casos mas emblemáticos de la historia policial argentina.
Pueden descargarlo de aqui: https://itunes.apple.com/ar/book/archivos-policiales-libro.../id754412544?mt=11

El justiciero

Un arranque de furia, un momento de ira, ese segundo en el que la conciencia parece desaparecer para dar lugar a la irracionalidad. Dos balazos certeros que fueron a dar en el blanco buscado. Así, hace veinticuatro años, el ingeniero Horacio Santos quedaba plasmado para siempre en la historia criminal argentina con su acción —novedosa en ese momento— del llamado "justiciero".

Después hubo otros "ingenieros Santos", como sucede cada vez que se conoce un nuevo caso. Pero el episodio que ocurrió el 16 de junio de 1990, unos minutos después de las 11 y media de la mañana fue el que sentó el precedente. E instaló una gran polémica —que nunca termina de cerrarse— sobre la actitud que debe tomar la gente ante los delitos.

El caso dividió las opiniones hasta zonas irreconciliables. Hubo quienes lo llamaron "justiciero" y la palabra quedó como un dudoso símbolo. Otros se ponían en su lugar y aseguraban entenderlo, pero creían exagerado lo que había hecho. Otros, sencillamente, vieron un asesino común en alguien capaz de matar a dos personas por recuperar un objeto robado.

Osvaldo Aguirre, "El Topo", llamado así por sus orejas, tenía 29 años y vivía con su mujer y sus dos hijos, todos juntos en una pieza de un conventillo en la Boca. Tenía antecedentes policiales por robo reiterado y por tráfico y tenencia de drogas, pero había conseguido trabajo como camionero de una carnicería.

Allí conoció a Carlos González, dos años mayor, que cargaba medias reses. "El Pollo" González vivía en una pensión de Avellaneda con su mujer y dos hijas chiquitas. Había tenido algunas causas por hurto y por intento de robo. Un día perdió su trabajo. Lo mismo le pasó a Aguirre, que chocó con el camión.

El 16 de junio del 90 los dos salieron con la Chevy color mostaza de Aguirre —los familiares dijeron después que habían ido a comprar un taxi— y llegaron hasta Pedro Morán al 2800, en Villa Devoto. El ingeniero Santos estaba con su mujer, Norma López, comprando unos zapatos en un galería comercial cuando escuchó la alarma de su Renault Fuego. Salió corriendo y vio que la cupé tenía el vidrio roto. Y que dos hombres se estaban llevando el pasacasete.

Persecución y muerte

Con el Chevy, Aguirre y González aceleraron por Morán. Santos subió a su auto con su mujer y los persiguió durante unas 20 cuadras, hasta la calle Campana. Los alcanzó, les cruzó el coche, y, según contó después, les pidió a gritos que le devolvieran el pasacasete.

Pero algo ocurrió: el ingeniero tomó un revólver calibre 32 que tenía en el auto y disparó. Santos —que desde un tiempo atrás hacía prácticas en el Tiro Federal— fue preciso como el profesional más entrenado. Fueron dos balazos que dieron en la cabeza de los ladrones. Los dos murieron en el acto.

Santos tenía 42 años y había comprado el arma porque, según explicaron entonces sus familiares, temía por su seguridad. El mismo dijo ante la Justicia que estaba harto porque ya le habían robado muchas veces el pasacasete del coche.

En 1994 el ingeniero fue condenado a 12 años de prisión por el crimen de Aguirre y González. Pero el año siguiente la Cámara Penal le redujo la pena a tres años en suspenso: los jueces opinaron que había actuado en un exceso de legítima defensa.

Como Santos quedó libre, el fallo reavivó la polémica sobre el caso. El ingeniero se mudó de casa e intentó hacer una vida normal. Cambió un poco su aspecto —se afeitó la barba con la que aparecía en las fotos que difundió la prensa— y se negó a dar reportajes.

Se ocultó todo lo que pudo y dice que nunca fue a un psicólogo porque no le hizo falta. Asegura que nunca más usó un arma y en la intimidad promete que ya no lo hará. Se mudó de barrio, pero hasta hace un tiempo atrás seguía trabajando en la misma empresa —que se dedica a los montajes industriales—, con los mismos socios. Ahora tiene 66 años y sus cuatro hijos ya son adultos.

lunes, 13 de enero de 2014

Archivos Policiales en TV

Ahora todos los viernes a las 21.30 podes ver Archivos Policiales, el programa en vivo por www.canalcerotv.com.
Toda la actualidad y los casos de archivo, ahora en TV.

Archivos Policiales, el libro....

Ya está disponible para iPad el libro de Archivos Policiales, con los casos mas relevantes de la historia criminal argentina.
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No te lo pierdas.
Proximamente para otras plataformas también en formato digital.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Conclusiones del caso Ángeles a casi tres meses del asesinato.

Habiendo leído el fallo de la cámara y siguiendo la causa Ángeles desde el día uno, puedo afirmar que si bien todavía me quedan algunas dudas sobre el proceso que tiene a Jorge Mangeri como único imputado, estamos frente a un caso que sentará precedentes en la jurisprudencia Argentina.
Una justicia vapuleada a más no poder desde el gobierno y hoy puesta en el ojo de la tormenta por la opinión pública, se encuentra ante uno de los casos más vergonzosos de los últimos tiempos. ¿Y si Mangeri es inocente y se lo condena?, escándalo. ¿Y si Mangeri es culpable y se lo deja en libertad?, escándalo… Tenga el final que tenga, esta historia terminará en escándalo.
Utilizo el término vergonzoso porque a esta altura de la causa, todo está sostenido de un finísimo hilo cual corte puede desatar la locura.
Con respecto al fallo de la cámara propiamente dicho, me parece acertado. Sé que hay quien se enojará conmigo por esta afirmación. Pero muchos saben lo que pienso.
Por una cuestión ética no voy a dar mi hipótesis del hecho, sí puedo afirmar que no se trata de un intento de abuso y que hay alguna persona más involucrada.
La carta más repetida en este juego fueron las contradicciones, las hubo para un lado y para otro, al derecho y al revés ¿a quién le puedo creer?
Confieso que en un primer momento de la causa tuve miles de dudas acerca de la autoría del crimen, hoy después de haber recorrido este camino junto a la defensa y a los detractores de Mangeri puedo decir que de esas miles de dudas hoy me quedan algunas decenas solamente.
En estos tres meses que pasaron tuve la oportunidad de consultar cientos de fuentes del caso, todas de altísima confiabilidad, tal como mi profesión lo indica, me ocupé de chequear y re chequear la información que di en todo momento. Si miro hacia atrás puedo asegurar que cada dato que publiqué hoy está plasmado fehacientemente en el expediente.
Haber consultado tanta gente e investigado tanto me permite hoy poder mantener mi teoría tal cual la describí en todas las oportunidades en que me fuera solicitada.
Me encuentro frente a uno de los casos más controvertidos que me toco investigar, donde todavía hay círculos que no cierran por ningún lado. Recibí miles de mensajes en estos meses los cuales leí y trate de contestar todos los que pude. Cada uno me brindaba información, la cual investigué y está en mi archivo personal a fin de seguir hasta el final de esta causa en la búsqueda de la verdad.
Volviendo al fallo de la sala VI de la cámara de crimen, reitero que me parece acertado y a mi humilde entender lo mejor que le podría pasar a Mangeri es ir a juicio oral. Allí se juegan otras cartas y los Dres. Pierri y Biondi trataran de armar su mejor juego.
Habrá quien se enojará conmigo después de este análisis, habrá quien me apoyara, pero mi tranquilidad es saber que está escrito con la mayor objetividad posible.

El caso todavía no está cerrado , aun quedan cartas por jugar y quizás algún as bajo la manga.

Ese no es mi cuerpo

La última vez que se supo de ella fue el 29 de mayo de 1962. Había salido de su clase particular de inglés para volver a su casa, en Flores...